domingo, 14 de agosto de 2016

Discos y estanterías

Cuando en la calle Rosario aun existía Aldeva -más todavía, en los tiempos de 'Valle vende barato' y te atendían los Beri, Coca, Diego y compañía- mi padre me llevaba a elegir chaquetones. Entraba abstraído, porque siempre me iba hacia la izquierda, donde se encontraban los discos, y allí, con apenas diez, doce años, rebuscaba a ver qué había de música de cine.

Mala suerte en la mayoría de las ocasiones, aunque algo podía haber si eras tenaz, entremezclado con las aberraciones que hacía Luis Cobos en España o Louis Clark en Reino Unido, cuyos pastiches de música clásica al ritmo de palmas hacía furor.

Valle cerraba sus puertas cada tarde noche y en ellas se podían ver desde fuera los últimos LPs llegados. Tampoco aparecían bandas sonoras por regla general, quizás 'Fama', alguna serie de TV... Después comenzaron a venderse más y a tener su mercado. En El Palacio de la Moda en Cádiz, en la calle Ancha, aparatosa tienda ya desaparecida, había un stand dedicado a la música de cine en la segunda planta donde encontré el LP de 'Excalibur' y al comprarlo me miraron como a un marciano.Y eso que era el de los temas clásicos, ni un solo tema de la música original de Trevor Jones. Pero escuchabas a Wagner al pincharlo o el Carmina Burana y te entraban ganas de invadir Camelot, que diría Woody Allen.

Desde entonces pillé la manía de entrar en cualquier comercio donde hubiera discos y CDs para comprobar si me encontraba con una agradable sorpresa que llevarme. Al final se convirtió en un ritual de interminables minutos que no tenía utilidad alguna, porque las exigencias de mis gustos, las de los oyentes de la radio y mi impaciencia me hicieron descubrir esas distribuidoras por correo de bandas sonoras que posibilitó disponer de cualquiera de ellas meses antes de que apareciera en las tiendas de la provincia o incluso de España. Aquello era una llamada a la ruina, pero cuando abrías el paquete postal y aspirabas el inconfudible aroma de un disco recién abierto y escuchabas a Herrmann, Barry, rarezas recién editadas en EE.UU. de Alex North, la edición japonesa de 'Los Goonies'...

Nada de aquel vicio hizo acabar con mi gesto de mirar detalladamente las estanterías de música. Hoy sigo igual. Sé que no voy a encontrar nada, porque seguramente ya lo tenga, no vea lo que quiero... o porque no se respeta una música con millones de seguidores en el mundo.



Ayer vi esta estantería en El Corte Inglés de Cádiz. Me llamó la atención. Se supone que está dedicada a las bandas sonoras. Comprendo que el mercado discográfico se mueve por internet, que quienes compramos esa música lo hacemos especialmente a través de este sistema, pero al menos lo que tengan que sea respetado. Y nosotros, los clientes, también.

Y así, en lugar de encontrarnos quizá lo más usual -lo último de Star Wars, 'El último mohicano' que es imperecedera o un disquito de canciones de películas que te venden como 'banda sonora original'-, ya lo que podemos ver es el 'Ibiza Mix', o el 'Disco Estrella', el 'Gran Hermano VIP' en oferta o el 'Caribe Mix' no sé qué edición.

Y yo, sadomaso de cuero y pinchos musicales, seguiré viendo estanterías como las devoraba con mis colegas cuando hace muchos años empezábamos a ir a conciertos de música de cine en otras ciudades y teníamos como visita obligada alguna planta de una mamotrética tienda donde esperábamos ver, tras algún Goldsmith actual, alguna reliquia perdida de Mancini o una edición remasterizada de alguna obra maestra de Franz Waxman, con su estuche de plástico mordido en una esquina y el precio alterado en tres, cuatro ocasiones.

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